viernes, 19 de septiembre de 2008

Arquitectura China

CCTV tower. Rem Hoolhaas en Beijing
Los planes urbanos y las intervenciones arquitectónicas chinos han estado siempre ligados a la verticalidad del poder. Existe una continuidad histórica entre la creación de la Ciudad Prohibida, la remodelación de la plaza Tiananmén por Mao Zedong y la construcción de los actuales rascacielos y estadios. Son planes que van más allá de la creación de espacios para la convivencia cívica: la arquitectura se reduce a un mero símbolo, su finalidad es la demostración del poder implacable aunado a una asimilación de la modernidad que sería impensable en cualquier país occidental. El desarrollo urbanorregional de China a principios del siglo XXI es quizá el mayor experimento poblacional de la historia humana.
Las estadísticas son abrumadoras. China consume el 54.7% de la producción mundial de concreto y el 36.1% de la producción de acero. En los próximos veinte años doscientos millones de campesinos emigrarán a las ciudades. Tres aglomeraciones urbanas, el Delta del Río de las Perlas, el Delta del Yangtsé y el área Pekín-Tianjin-Tangshan, concentran más de 120 millones de habitantes. Sólo en Shanghái existen 2,800 rascacielos de más de dieciocho niveles y se encuentran otros dos mil en proyecto. Además, el nuevo hipercapitalismo comunista desborda energía y está ansioso por apantallar al mundo a cualquier costo. Todo se vale y todo está por hacerse. Es decir, es el paraíso de los arquitectos globales.
Rem Koolhaas se negó a participar en el concurso de reconstrucción del World Trade Center de Nueva York argumentando que se intentaba crear un monumento autocompasivo a escala estalinista; sin embargo, por las mismas fechas, hizo todo lo posible para ganar el proyecto del edificio de la CCTV, la Televisión Central China. Koolhaas, divertido, alguna vez mencionó que la decisión la tomó cuando leyó una galleta de la fortuna que decía: -Soberbios Omnipresentes Maestros hacen de la memoria carne molida-. Un guiño profético a lo que sucedió eventualmente: Daniel Libeskind ganó el proyecto de la Freedom Tower y al poco tiempo David Childs y su despacho SOM se lo arrebató.
Actualmente, Koolhaas está por terminar el paradigmático rascacielos de la CCTV, al tiempo que la Freedom Tower aún se encuentra en cimientos. Al parecer fue una buena elección, benditas galletas de la fortuna. Mientras en Nueva York un proyecto puede tardar años en ser discutido, consultado con decenas de entidades, replanteado y autorizado, en China todo se hace sobre la marcha, con velocidad, abundancia de mano de obra y la ansiedad de nunca saber quién está dirigiendo la orquesta. Como lo resume Juan Carlos Sancho, arquitecto español con varios proyectos en China, hay cuatro premisas básicas que hay que entender para trabajar allá: no existen modelos estéticos, no hay procesos ni proyectuales ni reales, no hay sistemas identificables y no hay situaciones estables.
Cada quien es responsable de descifrar los códigos. Eso sí, la máquina no para. Tampoco espera.

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