martes, 24 de julio de 2012

EL  ASTEROIDE 2011 AG5 NO COLISIONARÁ
contra LA TIERRA en el año 2040
[NCYT] Aunque las observaciones efectuadas hasta la fecha indican que existe una leve posibilidad de que 2011 AG5 impacte contra la Tierra en 2040, los expertos creen que, en los próximos cuatro años, el análisis de las observaciones hechas desde la Tierra y desde el espacio demostrará que las probabilidades de que tal colisión no se produzca superan el 99 por ciento.

Con una extensión de unos 140 metros (460 pies), la roca espacial fue descubierta por el equipo de observación astronómica Catalina Sky Survey, dependiente de la Universidad de Arizona en Tucson y respaldado por la NASA. Varios observatorios vigilaron a 2011 AG5 durante nueve meses antes de que se alejase y se volviera demasiado tenue en el firmamento como para ser visto.
Hace varios años, se creyó que otro asteroide, llamado Apofis (Apophis), tenía preocupantes probabilidades de impactar contra la Tierra en 2036. Observaciones adicionales hechas desde 2005 hasta 2008 permitieron a los científicos de la NASA mejorar su conocimiento de la trayectoria del asteroide, lo que a su vez permitió verificar que las probabilidades de esa colisión eran muy inferiores a las estimaciones previas.



Asteroide 2011 AG5
ORBITA DEL 2011AG5

En cualquier momento que sea posible observar con suficiente capacidad escrutadora un asteroide y obtener nuevos datos fiables sobre su ubicación, se puede revisar cualquier cálculo previo de su trayectoria futura, y confirmar ésta o modificarla de acuerdo con la nueva realidad.
"Cuando existen sólo algunas observaciones, nuestro cálculo inicial de la órbita incluirá un rango mayor de incertidumbre. Con más datos, mejora el conocimiento de las posibles posiciones del asteroide y el rango se hace más estrecho. Esto suele eliminar de las previsiones el riesgo de un impacto", explica Don Yeomans, director en la oficina del Programa NEO (programa dedicado a vigilar objetos celestes que pasan cerca de la Tierra), de la NASA en el Laboratorio de Propulsión a Chorro en Pasadena, California.
Por ahora, las observaciones de 2011 AG5 son limitadas debido a su posición actual que hace inviable observarlo debidamente. En el otoño de 2013, mejorarán las condiciones y eso permitirá que los telescopios ubicados en tierra y en el espacio rastreen con mayor precisión y fiabilidad la trayectoria del asteroide.

El nivel de riesgo se hará aún más preciso en 2023, cuando el asteroide esté aproximadamente a 1,8 millones de kilómetros de la Tierra (1,1 millones de millas). Si a principios de febrero de 2023 el asteroide 2011 AG5 pasa por una región del espacio de 365 kilómetros de ancho (227 millas) descrita a veces como un "ojo de cerradura", la fuerza gravitacional de la Tierra podría influir en su trayectoria orbital lo suficiente como para que se produjese un impacto el 5 de febrero de 2040. Si el asteroide no entra en ese pasillo crítico del "ojo de la cerradura", no se producirá un impacto en 2040.
Por lo que sabe actualmente sobre la órbita de este asteroide, sólo hay una posibilidad muy remota de que ese astro atraviese el ojo de cerradura.
Aunque los científicos están convencidos de que la visita de 2011 AG5 a las inmediaciones de la Tierra no acarreará peligros posteriores, reconocen la leve posibilidad de que las probabilidades calculadas aumenten como resultado de las observaciones que se realizarán desde 2013 hasta 2016. Según el grupo de expertos, aunque las probabilidades aumenten, todavía hay mucho tiempo para planificar y realizar al menos una de las varias misiones viables para cambiar el rumbo del asteroide.

Se calcula que si 2011 AG5 cayera en la Tierra, causaría daños en una región de al menos 160 kilómetros (unas 100 millas) a la redonda.
Extrañas formas de vida descubiertas
entre Chile y Argentina
[NCYT] Las increíblemente secas laderas de los más altos volcanes en la región de Atacama, donde el equipo de Steve Schmidt y Ryan Lynch, de la Universidad de Colorado en Boulder, recolectaron las muestras de suelo, son lo menos parecido a un medio apto para la vida. Gran parte de la escasa nieve que cae sobre el terreno se sublima regresando a la atmósfera poco después de tocar el estéril suelo, que está tan agotado de nutrientes, que los niveles de nitrógeno, en las muestras obtenidas, estaban por debajo de los límites convencionales de detección. 

Por si fuera poco, la radiación ultravioleta en el entorno de gran altitud puede ser dos veces más intensa que en un desierto de baja altitud. Las temperaturas también son hostilmente cambiantes: Durante la permanencia de los investigadores en el lugar, la temperatura descendió a 10 grados centígrados bajo cero (14 grados Fahrenheit) una noche y superó los 56 grados centígrados (133 grados Fahrenheit) al día siguiente.

Es inexplicable cómo los organismos descubiertos pueden sobrevivir en esas circunstancias. Aunque Ryan, Schmidt y sus colegas buscaron genes propios de la fotosíntesis y examinaron las células utilizando técnicas fluorescentes en busca de clorofila, no pudieron encontrar evidencia de que los microorganismos sean fotosintéticos.

Formas de vida en terrenos volcánicos
Los investigadores creen que los microbios podrían generar lentamente su energía mediante reacciones químicas que extraigan energía y carbono de briznas de gases como el monóxido de carbono y el dimetilsulfuro, que circulan por esas desoladas zonas montañosas.
El proceso no tiene un gran rendimiento energético, pero podría ser suficiente ya que la energía se acumula con el paso del tiempo.

Mientras que el suelo normal tiene miles de especies microbianas en sólo un gramo, y los suelos de jardín aún más, la nueva investigación sugiere que muy pocas especies tienen su hogar en el suelo árido de las montañas de Atacama. Encontrar una comunidad dominada por menos de 20 especies es sorprendente para un microbiólogo del suelo, dice  Schmidt.

En las montañas como los volcanes Llullaillaco y Socompa, la alta radiación ultravioleta y las temperaturas extremas hacen el lugar inhóspito para casi cualquier microorganismo que quede expuesto al aire libre demasiado tiempo. Este entorno es tan dañino, que muchos de los microorganismos que, llevados por el viento, acaban aterrizando en estos páramos, perecen muy pronto.

El siguiente paso para los investigadores será realizar experimentos de laboratorio utilizando una incubadora que imite las fluctuaciones extremas de temperatura, para comprender mejor cómo puede un organismo vivir en un ambiente tan hostil. Estudiar los microbios y entender cómo pueden prosperar en un ambiente tan extremo, puede ayudar a conocer mejor las fronteras de la vida.
Existe la posibilidad de que algunos de los extremófilos del lugar sean capaces de utilizar procesos metabólicos de conversión energética desconocidos hasta ahora.
Schmidt también está trabajando con astrobiólogos en un intento de reconstruir el medio ambiente que pudo poseer Marte en el pasado. Los terrenos de esos volcanes de Atacama, con su atmósfera enrarecida y su elevada radiación, figuran entre los lugares de la Tierra que más se parecen al Planeta Rojo.

En la investigación, también han trabajado María Farías del Laboratorio de Investigaciones Microbiológicas de Lagunas Andinas, dependiente del CONICET, en Tucumán, Argentina; Christian Vitry del Museo de Arqueología de Alta Montaña en Salta, Argentina; Andrew King de la CSIRO (por las siglas de Commonwealth Scientific and Industrial Research Organisation) en Australia; y Preston Sowell de Geomega, una empresa de consultoría medioambiental con sede en Boulder, Colorado, Estados Unidos.


LOS INSECTOS VOLADORES GIGANTES

EXTERMINARON A LAS AVES


(NCYT) Los insectos llegaron a alcanzar sus mayores tamaños hace unos 300 millones de años, durante los periodos Carbonífero tardío y Pérmico temprano. Éste fue el reinado de insectos voladores que podían alcanzar una envergadura de alas de hasta 70 centímetros (28 pulgadas). La teoría más aceptada atribuye su gran tamaño a altas concentraciones de oxígeno en la atmósfera (más de un 30 por ciento, siendo la actual de un 21 por ciento), lo cual permitió que estos insectos gigantes obtuvieran oxígeno para que llegara a las partes internas de sus grandes cuerpos.

Los insectos no respiran como nosotros, y no usan la sangre para transportar oxígeno. Inhalan oxígeno y expelen dióxido de carbono a través de agujeros en sus cuerpos llamados espiráculos. Estos agujeros se conectan a un sistema de conductos interconectados, o tubos traqueales. En tanto que los humanos tenemos tráquea, los insectos poseen todo un sistema traqueal que transporta oxígeno a todas las áreas de sus cuerpos y elimina el dióxido de carbono. A medida que el insecto crece, los tubos traqueales se alargan para alcanzar el tejido central, y se tornan más anchos o más numerosos para afrontar la demanda adicional de oxígeno de un cuerpo más grande. Dado que una mayor abundancia de oxígeno permite tamaños corporales más grandes en los insectos sin que se ahoguen, se asumía que el descenso del porcentaje de oxígeno presente en el aire fue el factor exclusivo que forzó evolutivamente a los insectos a volverse más pequeños.

Sin embargo, un nuevo estudio revela para los insectos voladores la existencia de otro factor igual de importante o quizá incluso más, en la cadena de circunstancias que condujo a tales insectos a menguar hasta los tamaños hoy típicos en ellos.

  
El gráfico muestra el ALA FOSILIZADA de un insecto gigante
debajo a la izquierda se puede apreciar el ala del mismo insecto en la actualidad

El equipo de Matthew Clapham y Jered Karr, ambos de la Universidad de California en Santa Cruz, recopiló una gran cantidad de datos sobre longitud de las alas, obtenidos de registros de insectos fósiles. Luego, ellos analizaron el tamaño de los insectos en relación con los niveles de oxígeno para un periodo de cientos de millones de años de evolución de los insectos.
El largo y meticuloso análisis demostró que el tamaño máximo alcanzado por los insectos se corresponde muy bien con los niveles de oxígeno durante unos 200 millones de años. Luego, a finales del período Jurásico y principios del Cretácico, hace unos 150 millones de años, repentinamente subió el nivel de oxígeno y disminuyó el tamaño de los insectos. Y esto coincide muy llamativamente con la aparición de las aves.
Todo apunta a que al haber aves depredadoras capaces de volar, la necesidad de maniobrabilidad pasó a ser determinante en la evolución de los insectos voladores, favoreciendo a un menor tamaño corporal.